miércoles, 4 de abril de 2012

Los Perfumes




Gracias a los sentidos nos comunicamos con el mundo. Podemos carecer de algunos de ellos, pero si es así se produce una inevitable desconexión  con el exterior. El olfato se ha considerado siempre el más bajo de los sentidos, del que se puede prescindir más tranquilamente porque altera nuestra percepción en menor medida que la vista o el tacto. Puede ser cierto, aunque sin olfato seríamos privados de ciertas emociones. 

Cuantas veces un aroma nos ha traído recuerdos de una persona o de alguna época pasada de nuestra vida. Esto es debido a que, de todos los sentidos, el olfato se caracteriza por ser el más rápido en poner a funcionar nuestro cerebro, transportándonos a un mundo de emociones y sentimientos distintos y más profundos que el que nos sugiere la visión de una imagen o la percepción de un objeto.

Casi con toda seguridad que el perfume nación en estrecha relación con la religión, empleado como purificador del alma y ofrenda a los dioses. El incienso, que se lleva utilizando desde hace 5000 años se empleaba en las ceremonias religiosas y, al igual que hoy en día se despedía a los muertos con flores. Prueba de su uso en rituales lo tenemos en los relieves egipcios y en la artesanía griega y romana. Desde la India se importaba a Egipto, Grecia y Roma grandes cantidades de sustancias aromáticas que eran muy valoradas, como las especias y el sándalo.

Las fragancias pasaron de Oriente a Egipto, donde los que disponían de agua vertían una pequeña cantidad de los baños, y al salir de ellos se untaban el cuerpo con más de veinte aceites diferentes, creyendo así estar así más cerca de los dioses.

De Egipto pasaron a Grecia. Los gimnasios griegos contaban con una parte para el aseo personal, y allí se podían encontrar infinidad de productos fragantes de diferentes formas y colores: talcos que aplicaban en su piel, aceites, resinas mezcladas. Incluso fueron los primeros en comercializar estas sustancias en los mercados, naturalmente, entre un público muy seleccionado.




La perfumería también se encuentra, desde la antigüedad asociada a la ciencia médica. En Grecia, Hipócrates, padre de la medicina, utilizaba pequeños concentrados de perfume para combatir ciertas enfermedades. La capacidad curativa de las plantas (aromaterapia) tiene su origen en este país, aunque posteriormente en la Edad Media, se siguieron utilizando para luchar contra las epidemias y como desinfectantes, hasta mediados del siglo XVII.


Fue la civilización árabe la que comenzó a experimentar con perfumes tras la aparición de una nueva ciencia, la alquimia. La alquimia aplicada a esta materia, pretendía arrebatar las propiedades a las plantas, extrayendo su quintaesencia.  De esta forma, la planta seleccionada era destilada infinidad de veces, hasta que sus cualidades pasaban a otro estado.


Con la llegada de los árabes a España la perfumería se extendió por toda Europa. Los países mediterráneos contaban con el clima adecuado para el cultivo de flores y plantas aromáticas, principalmente el jazmín, la lavanda y el limón, por lo que las costas de Francia, España e Italia se vieron rodeadas de plantaciones cuyos frutos eran aprovechados por los árabes, haciendo del perfume la principal herramienta de su comercio.


Por oriente, el perfume es introducido en Japón a través de China, que ya contaba en el siglo VI con grandes artesanos de la jardinería natural que destinaban parte de sus cosechas al prensado de pétalos para la fabricación de perfumes. 





Es aproximadamente en el año 1200 cuando tiene lugar un acontecimiento muy significativo relacionado con el desarrollo de la industria perfumista. El rey Felipe II Augusto sorprendió a los perfumistas, que hasta entonces habían trabajado por su cuenta, con una concesión mediante la cual fijaba los lugares de venta de perfumes y reconocía la profesión como tal, así como la utilidad social de dichas sustancias. Fue entonces cuando se empezaron a crear las primeras escuelas  y a formarse los primeros aprendices de esta profesión. Esta concesión a los artesanos fue apoyada en 1357por Juan II, en 1582 por Enrique III, y en 1658 fue ampliada por Luis XIV, convirtiéndose Francia en la cuna del perfume.


En el Renacimiento, etapa de progreso en todos los campos, los avances en la química permiten perfeccionar las técnicas hasta ahora empleadas en la extracción de perfumes mediante la destilación. Anteriormente el prensado de pétalos y la maceración de las flores eran las únicas técnicas empleadas, pero ahora, este método permitía la separación de las partes volátiles y menos volátiles de las plantas, consiguiendo diferentes calidades de productos, todos ellos pertenecientes a la misma materia prima.


El siglo XIX aporta la posibilidad de obtener productos aromáticos mediante la síntesis, o sea, la reproducción de los olores naturales y los no naturales. En 1893 se obtiene la ionona, sustancia de olor casi exacto a la flor de la violeta. Con esta técnica queda cubierta una de los grandes problemas de la industria perfumista: la estabilidad. Las sustancias obtenidas mediante este procedimiento, aunque no sean naturales, son más estables, menos volátiles, haciendo que el perfume sea duradero por más tiempo, abaratando de esta manera los costos de producción.


Al igual que ahora existen determinados países que ofrecen la posibilidad de ganarse la vida de una forma más rápida y con más medios, París ofrecía residencia a aquellos que pretendían conseguir un buen lugar en el desarrollo en su profesión, principalmente en las artes. Fue en este país donde se crearon y evolucionaron las nuevas corrientes que pasaron al resto de Europa, convirtiéndose en una industria a nivel global. 





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