En el otoño de 1298, Marco Polo, prisionero de guerra de edad mediana, estaba en una cárcel genovesa. Pasaba el tiempo contando un extraordinario viaje que había hecho en otro tiempo. Las noticias sobre su pasado se dispersaron por Génova y la gente empezó a acudir a la prisión para oírle hablar de las legendarias tierras del gran Kublai Khan, emperador de los mongoles.
Salpicaban sus relatos los templos dorados, las minas de rubíes y otras maravillas que había visto por sus viajes por Oriente, así como los suntuosos palacios y deslumbrante vida cortesana del Gran Khan que sobrepujaban en refinamiento y elegancia todo lo conocido en la Europa medieval.
Entre sus compañeros de cárcel se encontraba un tal Rusticello, escritor profesional de novelas nativo de Pisa. Tan cautivado como los demás con aquellas aventuras, persuadió a Marco de que pidiera a Venecia los libros de notas que había compilado para Kubali. Aprovechando aquellas historias y notas y agregando uno que otro embellecimiento literario de su cosecha, Rusticelli completó un manuscrito sobre los viajes antes de la liberación de Marco Polo en 1299. Poco después se realizaron varias traducciones que circularon por Europa. El libro empezó llamándose Descripciones por el mundo, cubriendo más comarcas que ninguna otra obra de entonces. Pero no tardó en ser conocido como El libro del millón de maravillas del mundo, porque aludía burlonamente a las grandes cifras que daba el mercader al mencionar los ingresos y riquezas del Khan. Aunque hubo muchos lectores incrédulos, la narración de Marco Polo despertó la admiración europea, que durante siglos, hacía las riquezas y maravillas del lejano Medio Oriente.
En el siglo XIII, a medida que iba saliendo del aislamiento de la Edad Media, Europa se entregaba con afán a un comercio creciente (aparte de las guerras) en el Cercano Oriente. Su población en rápido aumento y su desarrollo urbano había incrementado la demanda de bienes, y como los señores feudales desdeñaban el comercio, surgió una nueva clase de mercaderes y comerciantes en las villas y ciudades. Ninguna más propicia para las empresas comerciales que Venecia, situada de modo ideal en el Adriático, vuelta hacia el este. Fue en aquella ciudad próspera y refinada, donde nació Marco Polo en 1254.
Unos meses antes del nacimiento de Marco, su padre Nicolo y su tío Maffeo, mercaderes de joyas, emprendieron un viaje de negocios a Constantinopla. los años transcurrían y el comercio impulsaba a los Polo hacia oriente, hasta que llegaron a Bújara, en el corazón de las tierras gobernadas por los mongoles o tártaros como los europeos solían llamarlos. Allí pasaron los siguientes tres años, temerosos de moverse, ya que la región estaba infestada de partidas de guerreros y bandidos. Al fin, el enviado de un potentado local invitó a Nicolo y a Maffeo a acompañarlo a la corte de Kublai Khan en China. Los Polo aceptaron aquella invitación pues se dieron cuenta en el acto de la oportunidad única que se les estaba abriendo para emprender el comercio directo con el Lejano Oriente, evitando a los intermediarios árabes.
En 1265, después de un largo y agotador viaje de un año, Nicolo y Maffeso fueron recibidos por Kubali, nieto de Ghengis Khan, el emperador más famoso que el mundo ha conocido. En los 20 años anteriores los habían precedido otros europeos, pero los Polo fueron los primeros en ser presentados a la corte imperial.
Curioso acerca del mundo entero, el emperador mongol mostró interés en el cristianismo, entregándoles una carta para el Pontífice en el que invitaba a 100 sabios sacerdotes a la corte mongol. Invitó cordialmente a los hermanos a que regresaran a China con aquellos hombres y les entregó una tablilla de oro inscrita que les garantizaba el retorno seguro a Venecia.
En 1271 el joven Marco Polo salió por mar de Venecia, acompañado por su padre y por su tío rumbo a Catay (China). En Ayas, puerto al sudesete de Turquía, los Polo organizaron una pequeña caravana con camellos, caballos y servidumbre. Hechos los preparativos iniciaron la marcha, que habría de poner a prueba su valor y su resistencia física.
Marco, joven, serio, amante de la naturaleza, empezó a llevar un diario de expedición. Como tenía habilidad para las cosas prácticas y los negocios, así como una mente impresionable, viva e indagadora, no se extendió acerca de las molestias del largo viaje, sino que consignó todo lo que le parecía extraño y maravilloso: fuentes de petróleo, exóticas aves de caza, salinas, feroces puercos espines y minas de rubíes entre otras cosas.
Los Polo llegaron a Irán y se detuvieron en Saba, de donde habían partido los Reyes Magos siguiendo la estrella de Belén. Pronto llegaron a una región remota y poco accesible y las incomodidades del viaje eran grandes. La caravana apenas recorría entre 16 y 30 kilómetros al día, por helados pasos de montañas, desiertos pedregosos y cuencas de sal ardiente, donde el único agua potable era de un verde bilioso. Al llegar a Kermán, los Polo decidieron seguir hacia China por mar, de modo que se dirigieron a Ormuz, puerto del golfo pérsico, pasando por pueblos ocultos para protegerse de los karaunas, notorios merodeadores, aunque, finalmente éstos les tendieron una emboscada. Marco Polo relata: Aquellos bandidos habían adquirido el conocimiento de las artes mágicas y diabólicas, merced a las cuales producían oscuridad.
Una vez en Ormuz tomaron la Ruta de la Seda que los condujo a Balj, al norte de Afganistán. Balj había sido una ciudad de palacios de mármol, capital de la antigua Bactriania, donde Alejandro Magno se casó con la hija del rey persa Darío, aunque los venecianos la encontraron convertida en ruinas calcinadas, 50 años después de haber sido arrasada por Ghengis Khan.
Los Polo pasan a Badajsshán, provincia montañosa, donde las mujeres se rellenaban las caderas para aumentar su atractivo, y había minas de rubíes y del mejor lapislázuli del mundo. Aquella región también era famosa por su clima saludable: En las cimas de las montañas el aire es tan puro que es conocido por restaurar la salud, relata el joven Marco Polo.
De las montañas descendieron a Sinkiang, región templada con oasis verdeantes y calcedonia y jaspe en los lechos de los ríos. Durante varias semanas bordearon los límites del desierto de Gobi. Finalmente, después de un largo periplo, los Polo llegaron a la ciudad mongol de Shangtu. El espléndido palacio veraniego del Khan, de piedra y mármol ocupaba 41 kilómetros cuadrados de parque, regado por un sinfín de riachuelos y poblado por ciervos y otros animales de caza.
Miembro del séquito del Khan, Marco Polo conoció íntimamente la casa imperial. El emperador vivía con refinada suntuosidad. Había adoptado muchas costumbres chinas y recibía a sus invitados al estilo chino más grandioso. En los banquetes, donde a menudo había miles de comensales, se servía por lo menos 40 platos de carnes, 20 variedades de verduras, 40 clases de frutas y dulces y enormes cantidades de leche y vino de arroz.
Igualmente mágica para ojos occidentales era la administración de aquel vasto imperio. Sus 34 provincias estaban gobernadas por 12 barones responsables ante el Khan. Un complejo sistema de cómodas postas, separadas por unos 40 kilómetros, con caballos veloces y ligeros, enlazaban las provincias con la capital, y aseguraban que las órdenes del Khan fuesen prontamente ejecutadas. La red de comunicaciones era tan eficiente que un mismo correo llegaba a recorrer 400 kilómetros en un día y en la estación de las frutas, lo que es recolectado en la mañana en Kambalik, le llega a la tarde siguiente al Gran Khan en Shangtu, aunque la distancia suele considerarse de diez jornadas.
Pese a algunas asperezas, el Khan era en muchos aspectos un déspota bastante benévolo. Si el hambre y la peste afligían cualquier parte de su imperio, suministraba granos y ganado de los bienes imperiales a las víctimas. Si caía un rayo en un buque mercante, el Khan renunciaba a su parte. Si admiraba la estructura social y económica de algún territorio conquistado, la dejaba intacta, como había hecho con China.
Durante los 17 años que Marco Polo permaneció al servicio del Khan se hizo tan útil que se le encomendaron misiones especiales y confidenciales a todas partes del imperio y sus dependencias. Durante tres años fue el agente del Khan en la hermosa ciudad de Kinsai, al sur del río Yantzé. Al igual que Venecia, Kinsai estaba construida en tres canales, pero sus dimensiones y magnificencia hacían que Venecia pareciera un poblado. Kinsai tenía 160 kilómetros de circunferencia. Había al menos 12000 puentes sobre los canales, y la calle principal, que cruzaba la ciudad de punta a punta medía 40 pasos de anchura (25 metros equivalen a 19,5 pasos dobles). La calle estaba interrumpida por diez plazas rodeadas por altas casas y tiendas donde se vendían vinos, especias, joyas y perlas.
En 1295, Marco, nicolo y Maffeo entraron nuevamente al puerto de Venecia, después de una ausencia de 24 años. Según los vecinos, los Polo, para probar sus relatos respecto a la riqueza que habían adquirido, dieron a los suyos un banquete, al final del cual desgarraron las costuras de las toscas vestimentas que traían de Asia y derramaron sobre la mesa gran cantidad de diamantes, perlas, rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas.
Aunque parezca inverosímil, al morir en 1324, Marco Polo no era muy rico. Su última voluntad fue que se liberara a su sirviente tártaro que había llevado consigo. Inevitablemente en torno al veneciano y sus viajes se multiplicaron las leyendas. Según unos amigos, alguien preguntó a Marco agonizante si no deseaba suprimir de su relato todo lo que fuese más allá de los hechos. Parece ser que su respuesta fue: No he contado ni la mitad de lo que vi.
Marco Polo no es, con toda seguridad, culpable de lo mucho que los demás debieron añadir a su libro. Con los años, fue criticado por numerosos errores, omisiones y exageraciones, pero no era nada en comparación con lo que aparecía en otros libros de la época. Cualesquiera que fuesen sus limitaciones, sus observaciones eran indiscutiblemente realistas, e influyeron no poco sobre generaciones posteriores de cartógrafos, geógrafos, viajeros y sabios de toda índole. Hasta su errónea localización de Japón entre China y Europa tuvo su importancia: unos 200 años después, uno de los lectores de Marco Polo se lanzó a buscar una ruta occidental hacia Oriente, llevando consigo un ejemplar cuidadosamente anotado de los viajes. Cristóbal Colón no encontró ni Japón ni China, pero la inspiración que debió a Marco Polo lo llevó a un mundo nuevo.
En 1265, después de un largo y agotador viaje de un año, Nicolo y Maffeso fueron recibidos por Kubali, nieto de Ghengis Khan, el emperador más famoso que el mundo ha conocido. En los 20 años anteriores los habían precedido otros europeos, pero los Polo fueron los primeros en ser presentados a la corte imperial.
Curioso acerca del mundo entero, el emperador mongol mostró interés en el cristianismo, entregándoles una carta para el Pontífice en el que invitaba a 100 sabios sacerdotes a la corte mongol. Invitó cordialmente a los hermanos a que regresaran a China con aquellos hombres y les entregó una tablilla de oro inscrita que les garantizaba el retorno seguro a Venecia.
En 1271 el joven Marco Polo salió por mar de Venecia, acompañado por su padre y por su tío rumbo a Catay (China). En Ayas, puerto al sudesete de Turquía, los Polo organizaron una pequeña caravana con camellos, caballos y servidumbre. Hechos los preparativos iniciaron la marcha, que habría de poner a prueba su valor y su resistencia física.
Marco, joven, serio, amante de la naturaleza, empezó a llevar un diario de expedición. Como tenía habilidad para las cosas prácticas y los negocios, así como una mente impresionable, viva e indagadora, no se extendió acerca de las molestias del largo viaje, sino que consignó todo lo que le parecía extraño y maravilloso: fuentes de petróleo, exóticas aves de caza, salinas, feroces puercos espines y minas de rubíes entre otras cosas.
Los Polo llegaron a Irán y se detuvieron en Saba, de donde habían partido los Reyes Magos siguiendo la estrella de Belén. Pronto llegaron a una región remota y poco accesible y las incomodidades del viaje eran grandes. La caravana apenas recorría entre 16 y 30 kilómetros al día, por helados pasos de montañas, desiertos pedregosos y cuencas de sal ardiente, donde el único agua potable era de un verde bilioso. Al llegar a Kermán, los Polo decidieron seguir hacia China por mar, de modo que se dirigieron a Ormuz, puerto del golfo pérsico, pasando por pueblos ocultos para protegerse de los karaunas, notorios merodeadores, aunque, finalmente éstos les tendieron una emboscada. Marco Polo relata: Aquellos bandidos habían adquirido el conocimiento de las artes mágicas y diabólicas, merced a las cuales producían oscuridad.
Una vez en Ormuz tomaron la Ruta de la Seda que los condujo a Balj, al norte de Afganistán. Balj había sido una ciudad de palacios de mármol, capital de la antigua Bactriania, donde Alejandro Magno se casó con la hija del rey persa Darío, aunque los venecianos la encontraron convertida en ruinas calcinadas, 50 años después de haber sido arrasada por Ghengis Khan.
Los Polo pasan a Badajsshán, provincia montañosa, donde las mujeres se rellenaban las caderas para aumentar su atractivo, y había minas de rubíes y del mejor lapislázuli del mundo. Aquella región también era famosa por su clima saludable: En las cimas de las montañas el aire es tan puro que es conocido por restaurar la salud, relata el joven Marco Polo.
De las montañas descendieron a Sinkiang, región templada con oasis verdeantes y calcedonia y jaspe en los lechos de los ríos. Durante varias semanas bordearon los límites del desierto de Gobi. Finalmente, después de un largo periplo, los Polo llegaron a la ciudad mongol de Shangtu. El espléndido palacio veraniego del Khan, de piedra y mármol ocupaba 41 kilómetros cuadrados de parque, regado por un sinfín de riachuelos y poblado por ciervos y otros animales de caza.
Miembro del séquito del Khan, Marco Polo conoció íntimamente la casa imperial. El emperador vivía con refinada suntuosidad. Había adoptado muchas costumbres chinas y recibía a sus invitados al estilo chino más grandioso. En los banquetes, donde a menudo había miles de comensales, se servía por lo menos 40 platos de carnes, 20 variedades de verduras, 40 clases de frutas y dulces y enormes cantidades de leche y vino de arroz.
Igualmente mágica para ojos occidentales era la administración de aquel vasto imperio. Sus 34 provincias estaban gobernadas por 12 barones responsables ante el Khan. Un complejo sistema de cómodas postas, separadas por unos 40 kilómetros, con caballos veloces y ligeros, enlazaban las provincias con la capital, y aseguraban que las órdenes del Khan fuesen prontamente ejecutadas. La red de comunicaciones era tan eficiente que un mismo correo llegaba a recorrer 400 kilómetros en un día y en la estación de las frutas, lo que es recolectado en la mañana en Kambalik, le llega a la tarde siguiente al Gran Khan en Shangtu, aunque la distancia suele considerarse de diez jornadas.
Pese a algunas asperezas, el Khan era en muchos aspectos un déspota bastante benévolo. Si el hambre y la peste afligían cualquier parte de su imperio, suministraba granos y ganado de los bienes imperiales a las víctimas. Si caía un rayo en un buque mercante, el Khan renunciaba a su parte. Si admiraba la estructura social y económica de algún territorio conquistado, la dejaba intacta, como había hecho con China.
Durante los 17 años que Marco Polo permaneció al servicio del Khan se hizo tan útil que se le encomendaron misiones especiales y confidenciales a todas partes del imperio y sus dependencias. Durante tres años fue el agente del Khan en la hermosa ciudad de Kinsai, al sur del río Yantzé. Al igual que Venecia, Kinsai estaba construida en tres canales, pero sus dimensiones y magnificencia hacían que Venecia pareciera un poblado. Kinsai tenía 160 kilómetros de circunferencia. Había al menos 12000 puentes sobre los canales, y la calle principal, que cruzaba la ciudad de punta a punta medía 40 pasos de anchura (25 metros equivalen a 19,5 pasos dobles). La calle estaba interrumpida por diez plazas rodeadas por altas casas y tiendas donde se vendían vinos, especias, joyas y perlas.
En 1295, Marco, nicolo y Maffeo entraron nuevamente al puerto de Venecia, después de una ausencia de 24 años. Según los vecinos, los Polo, para probar sus relatos respecto a la riqueza que habían adquirido, dieron a los suyos un banquete, al final del cual desgarraron las costuras de las toscas vestimentas que traían de Asia y derramaron sobre la mesa gran cantidad de diamantes, perlas, rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas.
Aunque parezca inverosímil, al morir en 1324, Marco Polo no era muy rico. Su última voluntad fue que se liberara a su sirviente tártaro que había llevado consigo. Inevitablemente en torno al veneciano y sus viajes se multiplicaron las leyendas. Según unos amigos, alguien preguntó a Marco agonizante si no deseaba suprimir de su relato todo lo que fuese más allá de los hechos. Parece ser que su respuesta fue: No he contado ni la mitad de lo que vi.
Marco Polo no es, con toda seguridad, culpable de lo mucho que los demás debieron añadir a su libro. Con los años, fue criticado por numerosos errores, omisiones y exageraciones, pero no era nada en comparación con lo que aparecía en otros libros de la época. Cualesquiera que fuesen sus limitaciones, sus observaciones eran indiscutiblemente realistas, e influyeron no poco sobre generaciones posteriores de cartógrafos, geógrafos, viajeros y sabios de toda índole. Hasta su errónea localización de Japón entre China y Europa tuvo su importancia: unos 200 años después, uno de los lectores de Marco Polo se lanzó a buscar una ruta occidental hacia Oriente, llevando consigo un ejemplar cuidadosamente anotado de los viajes. Cristóbal Colón no encontró ni Japón ni China, pero la inspiración que debió a Marco Polo lo llevó a un mundo nuevo.
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